abril 02, 2010

ballet posmoderno

Nicolas Le Riche (bailarín de la Ópera de París)

«un minimum d’explication, un minimum d’anecdotes, et un maximum de sensations»
Maurice Béjart sobre el ballet

Antaño, al ballet lo rodeaba un aura algo snob y relamida; después de todo, durante mucho tiempo estuvo confinado a los escenarios ostentosos y exclusivos a donde sólo podían asistir los privilegiados habituées, siempre vestidos como para un casting de Le charme discret de la burgeoisie (frase robada a Juan Villoro). quienes en el intermedio gustaban de comentar los vaivenes del mercado bursátil o lo elevado de los precios en el mercado del arte, mientras daban pequeños sorbitos a sus copas de champagne. Afortunadamente, el ballet es mucho más esa estereotipada imagen y puede servir para algo más que sacar a airear las pieles y las perlas; por ejemplo, despertar la imaginación de una niña solitaria quien lo descubrió una noche de insomnio en un canal cultural televisivo y quedó extasiada ante la visión de ese espectáculo mágico, etéreo y, al mismo tiempo, pleno de energía. Pero esa niña que nunca ha sido -ni será- candidata al casting del Discreto encanto de la burguesía, llegó a pensar -ustedes perdonarán el barbarismo- que el ballet era a Rusia lo que el tequila a México: un producto con denominación de origen. O sea: Ballet con mayúsculas sólo podían serlo el de San Patersburgo y el Bolshoi… el resto serían cualquier cosa… menos un Ballet comme il faut. Y con esa peregrina idea creció, hasta que un buen día, cuando cursaba el primer año de bachillerato, la fortuna la puso delante de un espectáculo dancístico basado en una coreografía de Maurice Béjart y entonces... esa adolescente supo cuán profundo era el mar de su ignorancia.

Cuentan los expertos que gracias a Maurice Béjart la danza devino en un espectáculo ecléctico y moderno sin  que ello significara perder su status artístico y que fue gracias al coreógrafo francés, que el ballet pudo ser apreciado por un público si no masivo, si bastante más amplio que aquel reducido grupo des habituées de L'Opéra Garnier. Por supuesto que su trabajo, innovador y portentoso, no es para todos los gustos. Habrá quien siempre prefiera el ballet clásico (yo misma he escrito, sin pudor alguno, sobre mi amor incondicional hacia Rudolf Nureyev); pero esto no obsta para dejarse sorprender y, por qué no, seducir por las otras fases del ballet. Lo clásico permanecerá, cierto, pero el mundo también evoluciona... para bien y para mal y entre Vaclav Nijinsky y los ballets de Maurice Béjar han transcurrido muchos años y acontecido decenas de sucesos políticos y sociales que contribuyeron a reconfigurar el panorama cultural de la humanidad… para bien y para mal. Me atrevería a decir que no a muchos se les habría ocurrido montar un ballet mezclando música de Mozar y Queen, a fin de rendir un tributo a la vida... en honor de los muertos -en especial Freddie Mercury, pero no sólo él. Y cuando a finales de los años cincuenta del siglo pasado, Maurice Béjart se atrevió a desacralizar La Consagración de la primavera, despojándola de prosapias para devolverla a su más pura, sensual y rabiosa modernidad, más de una ceja debió levantarse en señal de desaprobación, aunque tal vez, desde el cielo donde debe estar, Igor Stravinsky -innovador como pocos- lo aplaudió.