abril 20, 2010

decepción


Aún así, nadie lo vio venir. Fue tan inesperado como sorprendente. Aquella tarde Lucero llegó a casa a la hora que siempre y al no encontrar a Julio, supuso que estaría en la boutique con su madre y como se sentía algo tensa decidió dejar la planchada para más tarde y, tras ponerse ropa deportiva, se dirigió al Gimnasio que a esta hora estará casi vacío. Y en efecto, así era. En el local sólo había dos personas: de espaldas a la puerta, estaba el guapo vecino del cuarto piso –un hombre cuya única ocupación en la vida parecía ser el desarrollo de sus fabulosos bíceps, tríceps y demás protuberancias musculares de nombre parecido-, y que en ese preciso momento se encontraba absorto con la vista fija en alguien frente a él, con quien hablaba en susurros. Casi lo cubría por completo con su portentoso cuerpo, por lo que apenas eran visibles sus dedos deslizándose lentamente, presas de un anhelante deleite, sobre los impresionantes músculos de su interlocutor, con la ansiedad propia de quien saborea por anticipado el manjar que pronto devorará. Y ese ansioso alguien, no era otro que Julio… su Julito, quien de tan embelesado que estaba con el vecino, ni notó la presencia de Lucero y ella, estupefacta y un poco ruborizada por haber presenciado en tan íntima escena, salió del Gym sin hacer ruido y así siguió, caminado como si volara pero sin hacer ruido, hasta llegar su departamento desde donde llamó por teléfono a su mejor amiga para contarle, casi sin respirar, lo que acababa de ver y percibir en el gimnasio. Al otro lado de la línea telefónica, punto menos que muda por la impresión, su amiga, sólo atinó a decirle:

"Ay, amiga y yo que me sentía tan avergonzada por ser malpensada y creer que él tenía un affaire con la empleada de Lufthansa…"