mayo 25, 2010

mis palabras en otro sitio


Recuento de tu ausencia

Como sabes, a lo largo de mi vida he acumulado manías producto de la deformación, más que formación, que artes como la literatura y el cine, sobre todo, han obrado en mí. Y me pasa que no pocas veces termino por proyectarme, buscarme y hasta hallarme –faltaba más- en las historias vividas y contadas por seres ajenos a mí y a mi mundo. No hace falta decirte más, pues esta extravagancia, para no llamarla ridiculez, nos unía… como tantas otras cosas. Sin habernos buscado ni tener en mente –porque no venía al caso- el quimérico hallazgo de nuestra otra mitad, tú y yo nos encontramos; par de extraños, distantes y distintos, que terminaron por descubrirse cercanos y pares en más de un sentido. Aunque no estoy segura que la literatura de Murakami hubiera sido de tu agrado (de Japón nomás Kurosawa y los gadgets, solías decir), algunos de los personajes, escenarios y, en especial, el lánguido aire de melancolía que recorre su Tokio Blues, me saben tanto a ti y, como al personaje central, me llevan a un viaje en el tiempo en el que más que recordarte, intento traerte a mi lado.

«Sin duda, abril es el peor mes para estar solo. En abril, a mi alrededor todo el mundo parecía feliz. La gente se quitaba los abrigos y charlaba en los rincones soleados, jugaba a la pelota, se enamoraba. Yo estaba completamente solo. Naoko, Midori, Nagasawa: todos se habían alejado de mí» [Watanabe en Tokio Blues de Hakuri Murakami]
Comparto el sentir de Watanabe; ese que antes, cuando lo leí por primera vez, no entendí porque hasta entonces había vivido en la certeza de que para estar solo no existía mejor ni peor tiempo; que estar solo podía doler o no sin importar la época del año en que ocurriese. Pero este abril, como nunca antes, me duele mirar la vida con el peso de tu ausencia. La mañana presagiaba un día luminoso y cálido, coronado por un cielo azul que de tan perfecto e irreal, parecía salido de un lienzo de Magritte; el meteorológico pronosticó una temperatura máxima de 28° C y sin embargo yo me tuve que poner un sweater de lana para atenuar el frío recorriendo mi ser, por dentro y por fuera. Estás loca, habrías dicho. Cierto, las más de las veces yo también lo creo. Por eso te escribo estas líneas inconexas que el correo no te llevará; al hacerlo, quiero creer –cursi como soy- que desde allá donde estés, asentirás en señal de comprensión a mis locuras. Siempre lo hiciste; sin necesidad de mayores explicaciones, sabía lo mucho que me entendías… que nos entendíamos. Ojalá que estas letras cargaran la emoción de antaño y fueran portadoras de noticias, gratas o ingratas, pero diferentes. No es así; no trato de hacer un recuento de mis empeños; sino asir, como agua entre los dedos, el aroma de aquellos días. Me asiste la absurda pretensión de menguar el dolor que aún me produce extrañarte. Es una imprudencia e inmadurez añorarte de esta forma; es una locura sentir cómo el peso de tu ausencia va haciéndose presente, llenándolo todo...

Dicen que después de la tempestad viene la calma; hoy ocurrió al revés. Pasado el mediodía, la luminosidad matutina sucumbió ante la grisura y humedad acarreadas por las primeras lluvias de primavera, inesperadas visitantes que sirvieron de aderezo a tu recuerdo. Fue entonces -tras la lluvia- que la presencia de tu ausencia cobró sentido casi por completo; pero aún me faltaba algo y decidí ir en su búsqueda. Por eso a vine a este sitio; es aquí, en medio del paisaje volcánico, al cobijo de la vegetación agreste, donde el refugio de nuestra memoria se mantiene intacto. Después de caminar unos minutos, me senté en la misma banca de aquella tarde plomiza de agosto, cuando juntos descubrimos más de un reflejo en el melancólico filme que acabábamos de ver, sintiéndonos tan cercanos a esos niños que, en busca de un padre ausente especie de mito contrapuesto a su infancia desprotegida, emprenden un rudo viaje hacia la temprana adultez. Nos reconocimos en más de un pasaje de aquel trayecto, en el cual el par de chiquillos aspirarían bocanadas de una vida nada parecida a los cuentos de hadas, un reverso a los sueños alimentados en sus noches de soledad y frío, cuando creían que cruzar una frontera geográfica significaría dejar atrás el dolor y el vacío, para adentrarse en el paraíso terrenal, en la vida prometida.

Fue un total reencuentro con el pasado; contigo y con las sensaciones de entonces. Tan vívido y real, que por un momento me estremecí como aquella tarde fría y húmeda, cuando tus inmensos ojos azules, más diáfanos que nunca, rompieron en silenciosas lágrimas que gritaban ya no puedo más… mientras yo me sentía la más torpe del planeta, muda ante tu desahogo, incapaz de decir nada que atenuara un poco tu dolor… el dolor de una vida, el vacío que nada ni nadie logró llenar jamás…


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Texto publicado originalmente en el blog colectivo: escribidores y literaturos

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